"Su claridad nunca es escurecida
y sé que toda luz de ella es venida
aunque es de noche".
Cantar de la Alma. San Juan De La Cruz
Luz de oscura llama
Corría el verano del año 2000. Roma lucía esplendorosa en su glorificado jubileo y cada atardecer contemplábamos sentados desde la azotea de la Academia de España, en las alturas del Gianicolo, una extasiante y majestuosa Roma a nuestros pies. Y allí, como niños con las piernas al infinito, sonando de fondo "Luz de oscura llama", del gran compositor Pérez Maseda alojado ese estío en la casa del músico, fue cuando José Cosme y yo entablamos una amistad que dura ya casi dos décadas.
En aquellos días, José Cosme estaba invitado por el Vaticano como artista a participar en el jubileo con la exposición "El ser del hombre". Pero lo que me llamó especialmente la atención de aquel proyecto no fue tanto su obra de tintes informalistas, sino ese dialogo con la teología y la antropología a través del Arte posmoderno, al que a pesar de su giro plástico con el tiempo, siempre se ha mantenido fiel. Hoy vuelve a sonar esa melodía romana mientras escribo estas líneas, esa evocación poética a San Juan de la Cruz de la luz del alma en la oscuridad. Y que sirve de preámbulo para introducir este nuevo proyecto de Cosme. El Todo y la Nada.
José Cosme busca afanosamente por ese mundo de las zonas inexplorables del espíritu, para dar nuevas expresiones a asuntos antiguos o para enfocar los ojos de la inteligencia y de la sensibilidad sobre cuestiones trascendentales inherentes al alma. En este sentido, Cosme es un verdadero agonista en el combate del arte yendo al encuentro de la sensibilidad virgen, de la lucha milenaria del ser humano entre nihilismo y fe. Atisbando el valeroso debatirse de las obras artísticas en esa busca de un nuevo sentido, de una nueva forma, de una nueva contemplación de la luz.
Para ello se vale de una serie de Instalaciones mediante las que intenta re-crear la luz como alegoría del alma, darle una nueva interpretación, representarla plásticamente de otra manera. Apropiándose de una serie de artilugios y objetos cuya simbología puede reconducirnos o bien por análisis banales o bien por los caminos del espíritu como en cualquier Arte. Obras que evocan desde la "Llama de Amor Viva" de San Juan de la Cruz hasta una discusión mística en torno a lo desconocido del absurdo "Esperando a Godot", de Samuel Becket: La huella, el zapato, el cerebro, bombillas o una serie de cubos, todo ello imaginería también utilizada en el teatro, el cine, la poesía o las artes plásticas y que nos interrogan sobre la existencia humana, sobre lo incierto y lo misterioso. Objetos que ahora son reapropiados por el artista para su propia poética.
Por eso, las instalaciones de Cosme producen, entre otros muchos efectos, la sensación más típica que toda obra que se lance por cauces nuevos, de toda innovación, de todo intento revolucionario produce: la irritación ante lo desconocido.
Todo lo que sea movilizar las potencias del alma es también incomodar. Lo sabe muy bien antes de ponerse al trabajo. Lo sabe quien desea y teme a la vez la hora de la búsqueda espiritual. La búsqueda es siempre angustiosa y el encuentro es, siempre también, liberador. Tras el encuentro vendrá el camino más arduo, la representación plástica de lo místico en el sentido proustiano de la palabra, buscando otros ángulos de contemplación.
Con ese fin, ha resuelto conectar el lenguaje objetual por reminiscencias del movimiento Fluxus y su admirado Joseph Beuys con una dimensión transcendente, una realidad, legítimamente conocida como religión, que el arte no había reflejado hasta ahora con suficiente elocuencia en su posmodernidad. En "kilos de trascendencia" acumula una serie de cubos de pintura blanca en cuyas etiquetas aparece escrita la palabra "trascendencia". Saber para trascender o Scire ad trascendere, ya que el gozo no es la única vía de advenimiento. Poética de lo sutil mediante una alegoría a la pintura en todas sus dimensiones; como material con el que el hombre debe empezar a trabajar para cubrir el mundo de espiritualidad, como metáfora a la Historia del Arte y su simplificación final en Malevich, la pureza del blanco. Y es que solamente teniendo una actitud de aceptación hacia lo sagrado, el hombre contemporáneo podría superar sus límites a que ese temor hacia la trascendencia amenazante a través de la ruptura espacio temporal y lo conduzca a un "sentir originario".
Símbolos en el que la constante huella del hombre se convierte en un camino de conexión con la existencia, por territorios donde nuestra percepción va más allá de lo físico. Esa dimensión conlleva un largo camino no exento de un gran problema, la soledad, la soledad humana en el mundo, un mundo en el que buscar el sentido de la vida. Esa situación, es la de la existencia que ha encontrado su razón de ser en un hombre que se sabe instrumentalizado, limitado a lo material. Al situar lo individual precisamente en el elemento objetual mediante un blanco infinito, Cosme marca una nueva dimensión. Al emplazar al hombre-individuo en una imagen que desborda la escala humana trascendiendo con el color blanco hacia lo inmensurable, hacia la pureza y las posibilidades del ser, el artista indica una nueva situación, un camino.
Estamos ante un artista y/o además que ante un moralista, en el sentido literario de filósofos como Montaigne. Nada sobra ni falta en cada una de estas obras. Todo está en su sitio. Precisamente de esta actitud procede el desasosiego que nos invade. Estamos reflejados e indefensos ante un universo aséptico. El personaje siempre el mismo, su autorretrato velado de blanco y cubierto ahora con los cuños de Fluxus, como crítica a que finalmente el ser se haya convertido también en un objeto de consumo en nuestra contemporaneidad. Y como lucha contra nuestro desvalimiento y desasistimiento, nuestra dependencia de nuestras propias fuerzas, de nuestras propias creaciones que se nos oponen, indiferentes a cualquier anhelo, incapaces de brindarnos cualquier solución que previamente no hayamos introducido nosotros mismos.
Dentro de la soledad del hombre actual, esta terrible soledad en compañía de lo que no buscamos, en un ambiente de "dépaysement" no reflexivo, impuesto para nuestra propia angustia, Cosme es un artista en lucha con la soledad, para ello se sirve de la acción, el performance, la instalación. Pero es la suya, en la satisfacción de la obra cumplida, de la denuncia hecha, de la belleza conseguida en el momento que parecía huir, una feliz soledad: aquella "beata solitudo, sola beatitudo" del lema de una perdida de Edad de Oro en la que la primera actividad del hombre era pensar. En su obra cada motivo adquiere matices y angulaciones distintas. Y es curioso destacarlo, porque siempre -al menos en esta exposición- se representa como centro ideal al hombre ante lo que oprime. Pero en torno a él - y ahí está el secreto - las formas cambian, estructuran con matices nuevos que dotan al conjunto con una gran movilidad, dinamismo. El objeto constituye la huella, las heridas del hombre en busca de su ser, lo que viene a probar que Cosme tiene gran capacidad imaginativa.
Y las experiencias, al manifestarse sobre nuevas contexturas, reafirman las sorprendentes cualidades del artista, acompañadas de esa emotividad que colma de intención la aparente frigidez de un arte de revestimiento intelectual. Nada se deja a la improvisación en esta obra reflexiva y ambiciosa, cuyas pretensiones aparecen plenamente conseguidas al imponer una visión cálida por medio de la exaltación de los sentidos del espectador. El aire, el sonido, el tacto. Otras veces elige como material para su obra el algodón, los tejidos que trabaja cuidadosamente para dotarlos con determinados relieves, tramas y texturas que bien podrían simbolizar un místico camino, y que habrán de servir de base o contrapunto al motivo principal de la obra: el hombre en su búsqueda existencial. Miserablemente individualizado, solo, perdido en una sociedad de derroche, erradicado del contacto con otros hombres a través de la tecnología, sumido en una civilización hostil donde lo que priva son los elementos representativos o alusivos al hombre consumista de una sociedad opresora.
Y vuelve a mi memoria Roma, los escritores místicos, la poesía, la escultura y aquella melodía del verano donde sobre la nocturna Roma parecía proyectarse una luz de oscura llama. Luz sobre la que José Cosme regresa sutilmente con la claridad y la oscuridad, la aurora y el anochecer, la música callada y la soledad sonora, el todo y la nada.
Rosa Ulpiano. Glasgow, 28 de enero del 2018